Cada viaje tiene su color, y el de esta travesía es, sin duda, el rojo intenso de la tierra que pisa. En esta aventura por el norte de San Juan y La Rioja, fuimos testigos de cómo la naturaleza puede esculpir verdaderas obras de arte a cielo abierto, y cómo la historia y la geología se entrelazan para darnos una lección de tiempo, fuerza y belleza.
Desde los paredones imponentes del Parque Nacional Talampaya, que parecen tocar el cielo, hasta los cañadones secretos de Ischigualasto –la famosa “Valle de la Luna”–, caminamos entre formas caprichosas que parecen esculpidas a mano, fósiles milenarios y relatos de culturas ancestrales. Cada rincón parecía susurrar algo: la memoria del viento, las huellas de dinosaurios, los mitos diaguitas.
Pero no todo fue desierto y roca: también nos encontramos con la calidez de la gente del lugar, con bodegas en plena ebullición en Mendoza, sabores que nos sorprendieron, y noches bajo cielos estrellados que se quedarán con nosotros mucho después de volver a casa.
Entre tantos paisajes tampoco faltaron los momentos de encuentro entre nosotros, de maravillarnos juntos de estar en esos lugares, de disfrutar del viaje que antiguamente se vio truncado (¡tuvimos cuatro pasajeros que no pudieron terminar el viaje en 2020 por la pandemia!), de compartir cumpleaños a bordo y de brindar, entre risas, por sueños que se cumplen.
Este viaje nos conectó con algo profundo. Nos hizo sentir pequeños frente a la inmensidad, pero también parte de una historia mayor. Como siempre, la experiencia fue compartida, acompañada, vivida en grupo. Porque en El Kaminante no solo recorremos destinos: los vivimos juntos.